Artículo de Raúl Maneyro

El sudor perla la cara del minero. La herramienta no para de golpear la veta de carbón para intentar extraerle a las entrañas de la tierra las valiosas lascas que se transformarán en el pan de una familia que cada año es más numerosa y está peor alimentada.

A la mortecina luz de un farol, un canario trina dentro de una minúscula jaulita, alegrando la tarde del grupo de mineros que lleva varias horas sin ver la luz del sol. De pronto el trino se detiene, el ave parece desvanecerse, y en un acto casi reflejo todos abandonan la estrecha galería. Cuando la luz que llega desde el exterior ciega las dilatadas pupilas, un ruido sordo hace temblar la galería. Una vez fuera, el trino del ave es la primera evidencia de que todos están vivos. Como en otras oportunidades, ese canario, excepcionalmente sensible al peligroso grisou de las minas de carbón, ha sido la señal de que la explosiva mezcla de metano y otros gases empezaba a acumularse en las estrechas galerías.

Los anfibios son un grupo de animales que se originaron hace más de 350 millones de años. Representan uno de los puntos de inflexión en la historia de la vida en la Tierra, pues constituyen los primeros vertebrados que salieron al medio terrestre. Se originaron a partir de los peces óseos, de los que se diferenciaron por poder respirar fuera del agua y desplazarse con patas, en vez de aletas. Sin embargo, desde esa remota época, estos animales necesitan volver al agua en cada evento reproductivo pues carecen de una estructura denominada amnios, y que fue inventada por los reptiles, algunas decenas de millones de años más tarde.

En la actualidad los anfibios están representados por tres grupos de organismos, los anuros (ranas, sapos), las cecilias (anfibios subterráneos) y los urodelos (salamandras, tritones). Una parte trascendental de su función en los ecosistemas se oculta en el significado de su nombre amphi + bios = “doble vida”. Esa doble vida refiere a que poseen una etapa acuática (renacuajo) y otra terrestre (juvenil y adulto). Esa no seria más que otra de las tantas particularidades con que nos sorprenden los seres vivos que nos rodean sino fuera porque ese proceso de transformación (denominado metamorfosis) constituye un vehículo imprescindible para unir el medio acuático y el medio terrestre. Muchos de los nutrientes que las larvas obtienen en el agua, quedan a disposición de organismos terrestres cuando esas larvas finalizan su metamorfosis, conformando uno de los mecanismos más importantes para el flujo de materia y energía entre ecosistemas acuáticos y terrestres.

Este es sólo un ejemplo de la visión utilitaria con que solemos mirar a la naturaleza que nos rodea. En el caso de los anfibios esta visión no está fundada sólo en su rol de “puente” entre dos medios, sino también en su papel como potenciales controladores de plagas o como fuente de sustancias de aplicación biomédica. No obstante, la conservación de las especies tiene un componente mucho más trascendental que se abriga en la dimensión ética. Si bien los servicios ecosistémicos que estos organismos brindan son importantes, mucho más importante aún es la construcción de una mirada atenta y respetuosa del entorno, promoviendo su utilización sin comprometer su sobrevivencia (algo que es clave para que las futuras generaciones también tengan la posibilidad de su uso y goce).

A pesar de ser los vertebrados terrestres con más “experiencia”, los más de 350 millones de años de existencia como grupo zoológico no han podido evitar que los anfibios sean también alcanzados por los efectos del fenómeno que llamamos “crisis global de la diversidad”. Los anfibios, que pudieron sobrevivir a las cuatro extinciones masivas que les tocó vivir (entre ellas, a la que hizo desaparecer a los dinosaurios de la faz de la Tierra), hoy poseen un futuro incierto.

Diversos factores, actuando a distintas escalas, afectan las posibilidades de sobrevivir de la mayoría de las especies de este grupo zoológico. A escala mundial, más del 30% de las más de 7000 especies conocidas, se encuentran en riesgo de extinción. Se trata de un porcentaje muy alto, si lo comparamos con la situación de las aves o los mamíferos (entre los cuales las especies amenazadas alcanzan el 15% y el 25%, respectivamente, en relación al total de especies conocidas). Entre los dos tercios restantes, la situación no es mucho mejor, ya que más de la mitad de las especies presentan tendencias poblacionales decrecientes o desconocidas.

Las causas de esta situación son múltiples. Una de las mejor conocidas es la fragmentación y empobrecimiento del hábitat. La pérdida de lugares de alimentación, reproducción o refugio implica una disminución progresiva del  número de individuos en las poblaciones silvestres. Esta causa suele estar asociada al aumento de la frontera urbana y/o agrícola, lo que le imprime a los ecosistemas naturales profunda modificaciones haciendo que los mismos ya no alberguen hábitats adecuados para los anfibios. A su vez, estos son particularmente susceptibles, ya que por sus características estructurales y funcionales, tienen limitadas capacidades de desplazamiento.

La introducción voluntaria o involuntaria de especies exóticas constituye otro factor de riesgo para las especies de anfibios. Hay muchos ejemplos de organismos que cuando alcanzan los ambientes naturales pueden comprometer la sobrevivencia de los anfibios. Los animales domésticos pueden tener un rol negativo tanto porque se intenten alimentar de huevos o larvas, como porque provoquen alteraciones del entorno que lo hagan incompatible con la historia de vida de ranas y sapos. A su vez, especies como la rana toro (un animal originario de América del Norte y cuya cría en cautiverio se ha extendido a varios países por su valor como recurso alimentario), constituyen un peligro para las especies de anfibios nativos. Los ejemplares adultos alcanzan un tamaño significativamente mayor que las especies autóctonas y por lo tanto se pueden alimentar de la mayoría de ellas, al tiempo de sus larvas (de las cuales emergen decenas de miles en cada puesta) tienen una fabulosa capacidad de competencia frente a otros renacuajos. Como si el potencial invasor formidable de esta especie no fuera suficiente, la misma es capaz de albergar y trasmitir patógenos como el letal hongo quitridio Batrachochitryum dendrobatidis, uno de los causantes comprobados del fenómeno de declinación global de poblaciones de anfibios.

En algunos lugares del planeta la sobreexplotación de los anfibios como recurso, parece ser una de las principales causas de su desaparición. Estos animales son fuente de alimento para poblaciones humanas, y hay regiones donde se los captura también para su utilización con fines industriales, culturales o religiosos.

Si bien las causas descriptas parecen suficientes para comprometer la sobrevivencia de este grupo zoológico, es difícil pensar que las mismas, actuando en forma inconexa, puedan provocar los efectos que se verifican a escala global. Las investigaciones más recientes han contribuido a explicar parte de este fenómeno a través de su relación con eventos de tienen naturaleza global. Entre éstos se destacan los efectos que pueden provocar sobre las especies de anfibios el adelgazamiento de la capa de ozono, ya que tiene como consecuencia una mayor incidencia de la radiación ultravioleta (UV).  Este tipo de radiación tiene efectos directos sobre las poblaciones, ya que actúa a nivel del genoma de los individuos, principalmente durante la metamorfosis (tanto en la etapa de embrión como de larva). Los efectos genotóxicos sobre el ADN incluyen la formación de anillos de ciclobutano entorno a dímeros de pirimidinas (en particular, dímeros de timina). Estas reacciones suelen ser parcialmente reversible mediante la acción de una enzima denominada fotoliasa, aunque este mecanismo se ha mostrado poco eficiente en varias especies de anfibios.  Los anillos de ciclobutano dificultan la acción de las polimerasas relacionadas con la duplicación del ADN y en consecuencia impiden el progreso normal de los procesos involucrados en la expresión génica. Esto puede derivar en disminuciones de la condición corporal de los individuos, aumento de la frecuencia de aparición de malformaciones, e incremento de las tasas de mortalidad larvaria.

El fenómeno que conocemos como “Cambio Climático Global” también tiene mucho que ver con la conservación de los anfibios. La razón principal del significativo impacto de este fenómeno tiene mucho que ver con algunas de las características de la historia de vida de estos organismos. Los anfibios tiene la piel desnuda y glandular ya que una parte importante del intercambio gaseoso se realiza a través de la misma. Esto implica que la piel debe ser muy permeable y delgada, resignando parte del rol de protección física que este órgano tiene en todos los vertebrados. Asumir esa nueva funcionalidad implica que los animales se deshidraten con más facilidad que otros vertebrados terrestres, y por lo tanto los anfibios tengan una tendencia natural a estar activos cuando los tenores de humedad ambiente son altos. A esta característica se suma su condición ectoterma; es decir que como los anfibios carecen de mecanismos fisiológicos para generar calor, su temperatura depende de la temperatura del medio. Esa dependencia de la humedad y temperatura del ambiente, hace que en nuestras latitudes el momento del año en que es más frecuente escuchar los coros de ranas y sapos sea en las noches (momento del día con mayor humedad) de primavera y verano (época del año con temperaturas más altas). También estas condiciones son las que explican la alta diversidad de especies de anfibios en las regiones tropicales, y su inexistencia en las zonas polares. Claramente, el Cambio Climático implica una modificación, entre otros factores abióticos, de la humedad y temperatura, y como consecuencia, las especies con poca capacidad de desplazamiento tendrán dificultades para que sus poblaciones se desarrollen en condiciones óptimas. Cuando esto ocurra, será esperable que haya efectos sobre las poblaciones, entre las que se destacan cambios en la abundancia, disminución del número de eventos reproductivos, dificultad para obtener recursos para desarrollo de larvas y adultos, entre otros.

En Uruguay la situación no escapa a las generalidades descriptas. Una reciente evaluación publicada a finales de 2015 sobre el estado de conservación de los anfibios de Uruguay señala que 12 de las 48 especies autóctonas se encuentran amenazadas. A esto se suman cuatro especies cuyo estado de conservación no pudo ser evaluado ya que son taxones poco conocidos y sobre los cuales no hay información científica que permita cuantificar su situación. Por otro parte, cuatro especies más se consideran “casi amenazas”, lo que significa que si bien no satisfacen las condiciones para considerarlas “amenazas” sus características y las presiones ecológicas bajo las que se encuentran puede determinar en el corto plazo que en futuras evaluaciones pasan a integrar alguna de las categorías de amenaza. En resumen, casi la mitad de las especies de anfibios de Uruguay pueden ver comprometida su sobrevivencia en un futuro cercano. Las principales causas propuestas para la pérdida de diversidad de anfibios a escala de nuestro país son la modificación y fragmentación de los hábitats naturales, la contaminación y eutrofización de los cursos de agua y la presencia de especies exóticas con capacidad de transformase en invasoras.

Los anfibios son buenos indicadores de salubridad de los ecosistemas donde habitan, y por lo tanto sus disminuciones poblacionales y extinciones deberían ser un llamado de alerta sobre el futuro que estamos construyendo. Podemos seguir picando la galería esperando que una explosión no deje de nosotros más que borrosos rastros de un siniestro que pudimos haber evitado … o empezar a preocuparnos porque estos “canarios de mina” están dejando de cantar.

 

Dr. Raúl Maneyro

Lic. en Ciencias Biológicas

Magister y Doctor en Zoología
Profesor Adjunto de la Facultad de Ciencias (Universidad de la República)
Investigador del PEDECIBA y miembro del Sistema Nacional de Investigadores

FUENTE: UyPress

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