Luis Castagnetto fue médico cirujano y ejerció su profesión en Tacuarembó a principios de siglo {XX}, cuando solo tenía por colega a otro galeno de nacionalidad brasileña, el Dr. Adolfo Ferreira. El Dr. Castagnetto fue uno de los primeros directores del Hospital de Tacuarembó, se desempeñó como médico del servicio público y abrió un camino muy importante en el terreno científico, con varios trabajos publicados en distintas revistas y boletines médicos, además trató de educar al pueblo para disminuir las enfermedades.
Los relatos que siguen fueron extraídos de la ponencia que presentara al Primer Congreso de Asistencia Pública Nacional, (Montevideo, 22 – 27 de noviembre de 1927), sobre el tema: “Práctica de la cirugía en campaña”.
Seleccionamos tres relatos, uno muy breve a modo de introducción, el segundo sucedió en la Sierra de los Infiernillos, y el tercero en el Valle Edén, los dos últimos los elegimos por ser parajes varias veces visitados por GERGU.
Esperamos que sean de vuestro agrado.
Cuenta la tradición que un cura, Adolfo De León, allá por el año 1865, practicó las primeras intervenciones quirúrgicas en Tacuarembó, contándose entre ellas, según lo relatan personas antiguas de la localidad, una cesárea abdominal en una pardita.
Alarmada la población ante tanta audacia expulsó violentamente al pretendido cirujano que escapó de noche con rumbo desconocido.
A mi llegada a esta ciudad me contaron mis colegas que llamados con premura a campaña por un caso de parto se encontraron con una señora con gran anemia (hemorragia por placenta previa) y decidieron intervenir de inmediato, pero la enferma falleció en el acto operatorio, por lo que tuvieron que encerrarse –los dos colegas- en una pieza para evitar que se cumplieran las amenazas de muerte proferidas por el esposo de la fallecida (pudieron escapar gracias a la serenidad de uno de ellos).
El primer cirujano que practicó su arte en esta ciudad fue el Dr. V. Pugnalini (*), quien años después fue profesor de Clínica Quirúrgica de nuestra Facultad.
Concurrí a un llamado a la Sierra de los Infiernillos para atender a un enfermo atacado de hemorroides gangrenadas, según datos de la familia. Me acompañó un pardo que había sido enfermero del hospital. Era un día de lluvia torrencial, después de muchos contratiempos llegamos al fin al rancho del paciente. Lo había asistido anteriormente en el Hospital por una herida penetrante en el abdomen que interesaba el gran epiplón.
El enfermo presentaba un paquete hemorroidal gangrenado, del tamaño de un puño, y se encontraba en asistolia. Aconsejé no intervenir, opinión que no aceptó en enfermo ni los familiares presentes –que sumaban mas de una docena-, le hice tratamiento médico e intenté escapar con mi ayudante, aunque en vano, la lluvia arreciaba, los pequeños hilos de agua transformados en arroyos torrentosos -por venir su caudal de la sierra y de la Cuchilla de Haedo- nos cerraban el paso para toda huida. La casa mas próxima distaba una legua. Al segundo día de permanecer en esa fatal casa, fui llamado por toda la familia e impuesto de que debía operar de inmediato al paciente, hice algunas evasivas, pero se me apersonó el ayudante bastante asustado y me dijo que tenía que operar al enfermo ya que no podíamos huir y que la gente, ya embriagada –en su mayoría- se preparaba a maltratarnos. Consulté al enfermo y éste con tono airado me exigió que lo operara, pues para eso me había llamado.
En la imposibilidad de esgrimir una defensa resolví extirparle su paquete hemorroidal, con anestesia en la zona. El enfermo quedó bien de la intervención, pero su asistolia fue en aumento falleciendo al cuarto día. Permanecimos en la casa veinticuatro horas más, pues las aguas no daban paso. No fuimos maltratados en cuanto a nuestra integridad física, aunque por un lapso de cinco días solo ingerimos agua cocida y charque de animales robados.
En otra ocasión pude llegar –después de grandes dificultades- a las sierras del Valle Edén para ver a una mujer en un rancho hecho de ramas y de hojas. Estaba tendida en una mísera cama con un feto muerto, cuya cabeza retenía y tres polos fetales bien evidentes. ¿Qué conducta seguir? Transportarla a la ciudad era imposible por la distancia: tres leguas para llegar a la Estación . . . y no había tren ese día; por tierra la creciente no daba paso en el arroyo Tranqueras. Este cuadro doloroso jamás se me olvidará por la circunstancia de ver todos los elementos conjurados contra la pobre madre; ellos me impidieron llegar prontamente –como era mi deseo- y trasladarla al Hospital. La única solución era intervenir, a pesar de todo. Extraje el primer feto muerto, por la maniobra de Muriceau, el segundo por una aplicación de fórceps, y el tercero nació espontáneamente. A los dos días, calmadas las iras del tiempo, confeccioné una camilla trasladando a la enferma y sus dos hijos a la Estación. Los niños se salvaron, no así la madre que falleció de infección puerperal a los 18 días.
(*) Pugnalini, médico italiano que se radicó en Tacuarembó, ciudad en la que ejerció su profesión y el periodismo. Fue director de La Estrella del Norte, segundo periódico que apareciera en la Villa de San Fructuoso
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